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martes, 27 de abril de 2010

♥ Dolce Vita: La Amatista Tostada

No, hoy no voy a hablar de mí, ni creo que lo haga más. He decidido dejar el contar algo sobre mí ya sea en persona, mi método favorito, o si por algún motivo ajeno a mí sólo puede ser a través de la red, hacerlo directamente con esa persona. Nada de terceras personas, comentarios de "algo que se ha leído" ni historias. Paso de todo eso :) las cosas claras y directas XD

Por eso, a partir de ahora, aquí voy a ir colgando una historia conjunta que tengo con con alguien, quiero empezar a promocionarla, la verdad es que apenas llevamos en sí escrito (que no lo mismo de proyecto, tenemos muchas cosas en mente) y yo misma estoy prendada de la forma que está tomando.

Si alguien lo lee, ojalá le guste =) se trata de una...comedia, con toques shonen ai *-*

Capítulo 1.


Las trompetas que anunciaban el comienzo del esperadísimo evento real resonaron por toda la ciudad. Las calles llenas de adornos, brillantes por el resplandeciente sol de mediodía, se encontraban sin embargo vacías, a excepción de un par de rateros que aprovechaban la ocasión para proveerse de dinero y bienes para una larga temporada de las casas que unos pocos despistados habían olvidado cerrar debido a sus nervios.

En el castillo de aquel pequeño reino las cosas eran muy diferentes.

Con esfuerzo ese día habría cabido una aguja en la plaza que se encontraba tras las murallas que daban al edificio real, una muchedumbre emocionada y expectante se concentraba allí. Murmullos y risas apagadas por el nerviosismo se escuchaban por cada rincón y la guardia real no descansaba ni un segundo, la seguridad era algo primordial ese día; había mucho en juego.

Por fin, cuando el sonido cesó, unas figuras se asomaron por el balcón del castillo: se trataban del rey Charles Fletcher, hombre admirado y respetado por todos sus súbditos a lo largo de su mandato, y su hermosa esposa, la reina Kathleen, una mujer tierna y bondadosa siempre ocupada con intentar mejorar las condiciones de los ciudadanos y campesinos.

Una larga ovación de aplausos silenció todas las voces, silenció incluso las campanas que en ese momento marcaban las doce del mediodía. Era un día de celebración y alegría que se daba tan solo una vez cada varios años. El motivo: lo que su bella reina llevaba en su brazo derecho, el príncipe, el futuro heredero al trono, Patrick, un lactante de tan solo un mes de edad, un bebé…que en ese momento estaba llorando, seguramente asustado por el ruido del gentío. Su madre, preocupada por él, empezó a mover el abanico que usaba a modo de parasol en su rostro para calmarlo.

Cuando, tras varios minutos, el estruendo se fue reduciendo hasta finalizar poco a poco, por fin su soberano pudo comenzar a hablar.

-Amado reino – las últimas voces callaron en ese instante - y, por supuesto, mi queridísima esposa- ésta inclinó ligeramente sus piernas a modo de reverencia-, hoy es un día de dicha el que nos reúne aquí, un día en que la fiesta y la celebración deben ser los principales patrones de la ciudad, ¡en el día de hoy la palabra tristeza ya no existe!- varios gritos de alegría obligaron a Charles a pausar su monólogo- Hoy- prosiguió, con el pecho hinchado de puro orgullo- en los brazos de mi preciosa Kathleen, está el futuro de nuestro reino, ¡vuestro príncipe Patrick Fletcher! ¡¡Dadle la bienvenida que se merece!!

El movimiento de abanico de la reina aumentó de velocidad, tratando en balde de serenar al rubio infante; a los aplausos de antes se le habían sumado un sinfín de gritos, silbidos, y coros pronunciado el nombre del niño

El acto que se iba a dar a continuación era algo muy esperado también, sólo las personas de más edad podían afirmar haberlo visto antes: generación tras generación, los Fletcher traspasaban la joya familiar a su hijo progenitor, el que heredaría el trono. Una joya que, quizás por su curiosa forma, o por el hecho de que el rey siempre la tuviera oculta entre sus ropas, suscitaba a muchos rumores y habladurías. Algunos incluso le proporcionaban poderes.

Aún entre gritos de alegría, Sir Charles Fletcher sacó de entre sus ropajes para mostrar al público durante un par de segundos una curiosa joya de color morado con forma de… pan tostado. Pareciera incluso que simbolizaba una tostada con mermelada de mora. La leyenda se confirmaba…la Amatista Tostada era real. Durante unos segundos incluso el ruido amainó, todos los ojos quedaron prendados, curiosos de ver aquello. Algunos simplemente tuvieron que callar para poder reprimir las risas.

-Y ahora, amada mía, es tu turno- con una suave sonrisa, dejó que el valioso colgante se posara en la mano izquierda de Kathleen, cogiendo en su lugar el abanico que ella sostenía.

Una grave risa, casi de maniático, se escuchó a continuación.

-Claro querido- la grave e irritante voz que pronunció aquello fue reconocida por todos, se trataba del conocidísimo pirata Hendrick O’Riordan, ladrón y estafador por tierra y mar cuya mayor obsesión, achacada por todos por un grave trastorno en su cabeza, era el pan- y tú sujétame a Simba- con un rápido movimiento de brazos pasó el bebé, aun sumido en el llanto, a los brazos de su padre.

-¿¿Simba?? ¡Su nombre es Patrick!- reclamó el pobre hombre, confuso, sin entender aún bien la situación actual- …¡¡¡Guardias!!!

Ya era demasiado tarde, Hendrick, a pesar de su atuendo, un pesado vestido de estilo recargado, con su corsé correspondiente, parecía no perder la agilidad, se movía a la perfección, y no le costó más que unos pocos segundos aferrar una cuerda con un arpón atado a ella a una de las gárgolas que decoraban la fachada, elevándose por los aires y escapándose de sus capturadotes con suma facilidad.

Su enfermiza risa seguía resonando mientras se alejaba por los tejados, cada vez más distante.

-¡¡¡La Amatista Tostada!!! ¡¡¡Por fin es míaaaaaaaaaaa…!!!-su voz se hizo ya imperceptible, seguramente por la distancia.




Más tarde encontraron a la verdadera reina totalmente desnuda, al parecer le había robado hasta sus prendas íntimas, atada en la cama de su dormitorio.







[…]


Esa mañana me desperté mucho más temprano que lo normal, ¡no recordaba cuando había sido la última vez desde que me había despertado por mí mismo en lugar de con “ayuda” de las sirvientas! Y…aunque sabía que ya no iba a poder dormir; estaba totalmente despejado por los nervios, ese día, especialmente ese día, yo no quería salir de la cama.

Y eso es lo que intenté, no salir. Primero, por si acaso, revisé que mi plan de emergencia aun seguía tal y como lo dejé la noche anterior, y tras confirmarlo, me volví a acostar. Las siguientes dos horas me quedé allí, volteándome a ratos, cantando mentalmente algunas de las últimas canciones que había escuchado por la ciudad, hasta que las sirvientas vinieron a por mí, momento en el que cerré los ojos y me quise hacer el dormido. Sus dos minutos habituales de tener paciencia conmigo se agotaron y empezaron a estirar de las sábanas, pero yo no me rendí tan pronto, sólo una larga batalla en la que dos de ellas me estiraban por los pies mientras yo me cogía el cabezal de la cama me hizo salir a la fuerza. ¡Dos contra uno! ¡Qué injusto!

Después de atravesarles un par de veces con la mirada, fui al baño con lentitud, y, con la misma parsimonia me di mi baño diario…

Había intentado alargar el momento previo del acontecimiento que estaba por llegar hasta el máximo, pero, para disgusto mío, el tiempo no se detuvo, ni nada ocurrió fuera de lo normal que me impidiera bajar a desayunar.

Casi apunto de llegar al comedor, me topé con las dos chicas que me habían despertado, y como cada mañana, ahora hacían una pequeña reverencia al pasar por su lado.

-Buenos días, príncipe Patrick- dijeron al unísono mostrándome una enorme sonrisa.

“Ya podíais respetarme y tener tanta educación a la hora de levantarme y no ahora, idiotas…” pensé enfurruñado, sin molestarme en fingir un poco de alegría

Más saludos de buenos días, más efusivos aún que el de las dos empleadas, vinieron al pasar la puerta, esta vez de Padre y Madre, a quienes yo había estado intentando evitar por encima de cualquier cosa. Madre incluso me abrazó, y mi hermana acto seguido la imitó. ¡Cuánta exageración!

-Buenos días…-dije en toda respuesta en tono bajo.

Padre soltó una larga carcajada, observándome, y de manera paternalista, puso su mano en mi hombro.

-¿Nervioso por la conversación de la que te hablamos tu madre y yo ayer?-preguntó, dándole en el clavo, más o menos… No estaba nervioso, estaba aterrado- No tienes de qué preocuparte, hijo, no es nada malo. Ya lo verás – ensanchó su sonrisa para darme más confianza-. Cualquiera diría que has hecho algo malo y esperas tu castigo por haber sido descubierto- bromeó Padre aun sin dejar de sonreír. Por supuesto, ése no era el caso, sabía de sobras que se trataba de una broma y que su única finalidad era intentar relajarme, pero yo no me sentí ni un poquito mejor

Mi hermana Elizabeth, no tengo intención de averiguar como se enteró, había venido a visitarme la tarde anterior mientras yo descansaba un momento tras las lecciones de ese día de batallar con espada. Yo estaba tumbado en el mullido césped del jardín cuando se acercó para soltarme “¡La magnífica noticia!”:


-¡Hermanito hermoso!- su rostro era la viva imagen de la felicidad- Sé una cosita sobre ti que tú no- anunció con una cantinela.

Me picó la curiosidad y me acerqué más a ella, mirándola fijamente, de una forma que yo pretendía que fuera intimidatoria, para sacárselo rápido.

-Pero seguro que en un minuto yo también lo sabré- dije con la misma melodía que su cancioncilla.

-¡Me tendrás que dar algo en compensación! Y que sea bueno, ¡es una magnífica noticia! -respondió riendo, alejándose unos pasos de mí para preveer un posible ataque mío.

-Interesada asquerosa…-bromeé contemplándola con fingido enfado. Me saqué un trocito de bizcocho del bolsillo (siempre que podía cogía de los postres que nos preparaban y me lo metía en los bolsillos para poder comérmelo más tarde sin tener que pedir permiso)- Toma.

Cogió mi trocito de pastel emitiendo un sonido como si lo que tuviera delante fuera un gatito pequeñito en lugar de su hermano mayor; se le notaba que se estaba reprimiendo la risa.

-¡Gracias mi hermanito lindo!-exclamó.

-¡De nada!-¡Como si hubiera tenido otra opción!- ¡Pero ahora te toca a ti, o te lo quito!-amenacé con una sonrisa.

De pronto se quedó parada, con expresión pensativa, y empezó a mirarme de arriba abajo.

-Mmm, ¿sabes? En realidad no te consigo imaginar así, va a ser muy interesante verte en ese papel- comentó con algo que casi pude identificar como burla.

Sólo recibió una mirada asesina de mi parte. Se estaba burlando de mí, ¡y no sabía de qué!

-¡No me mires así!- se acercó a darme un abrazo, reprimiéndose una carcajada- ¡Si tú sabes que te amo, hermano bonito! Me va a dar pena que otra mujer vaya a ser cariñosa contigo…-dijo con tono casual, pero mirándome fijamente, de una forma que parecía esperar…algo.
Lo entendí perfectamente a la primera.

-Yo…no me quiero casar- repliqué con una súbita tristeza. Estaba esperando que ese día llegara, ya tenía diecisiete años, sabía que príncipes mucho más jóvenes que yo ya habían contraído matrimonio, sin embargo…

Elizabeth se me quedó mirando unos segundos más, en silencio. Luego sólo asintió con la cabeza.

-Eso mismo pensaba- murmuró de forma enigmática, separándose de mí-. Nuestros padres hablarán contigo sobre esto pronto, ve practicando como sonreír para cuando llegue el momento.

Y sin decir o hacer nada más, se alejó de forma silenciosa, algo poco habitual en ella.

Esa misma noche, durante la cena, como ella había predicho, Padre me anunció una importante conversación para el día de hoy.


Ya había puesto en marcha algo, como ella a su modo me había aconsejado, pero era algo totalmente distinto a lo que ella esperaba.

-Bueno, dejemos que a Patrick se le vayan primero las legañas y luego hablamos con tranquilidad- sugirió Madre. Le di las gracias con la mirada.

A menudo me sentía orgulloso de parecerme tanto a ella físicamente. Adoraba a Madre. Incluso me había dejado el cabello casi tan largo como ella, aunque lo llevara recogido, por un intento de asemejarme más . Su larguísima melena rubia sabía que era envidiado por muchas, se lo había escuchado alguna vez a las criadas cuando hablaban entre ellas.

Nadie comentó nada especial durante la comida, y eso me alivió. Observé un par de veces los rostros del servicio que nos iba trayendo el desayuno, y si era notable su nerviosismo, pero ninguno habló, seguramente por miedo. ¡Algo que iba a salir bien al menos!

Cuando se llevaron el último de los alimentos a la cocina, estuve tentado de hacerme pasar por uno de los empleados a mí también e ir con ellos, durante un segundo, ni siquiera lo pensé como algo absurdo. ¡Igual funcionaba!

Lástima que mis delirios no se cumplieran en la realidad.

-Bueno, Paddy- Me daba mucha vergüenza que me siguieran llamando así a mi edad, me hubiera quejado sino fuera porque…estaba temblando- hemos alargado este momento más de lo debido- prosiguió Padre, con expresión afable- porque, vaya, ¡Aun pareces un niño!- Madre y él rieron unos segundos- Cualquiera diría que tienes más de quince años en realidad, y sin embargo, nuestro chico se hace hombre este año…-pausó sus palabras un momento para observarme, con algo que identifiqué como…¿duda?- Hijo, amado hijo…-su tono iba perdiendo seguridad a medida que continuaba hablando. Algo pasaba- y como bien sabrás, todo buen hombre, sobretodo tú, el futuro heredero al trono, debe tener… una buena mujer a su lado- su tono significativo me explicó todo en unos segundos. Bien, eso me facilitaría las cosas, o eso quería creer.

-Padre, yo…- comencé a decir.

-Antes de que sigas hablando- me cortó de forma brusca- No hay nada que puedas hacer. La boda ya está planeada. La princesa Clarissa, la joven hija de los Taner, nos honrará con su visita la semana que viene para poder conoceros e intimar cuanto sea necesario con antelación a la boda, cuya celebración tendrá lugar el mes que viene- anunció todo aquello de una manera muy dura, me costaba reconocer el carácter amable y relajado de mi padre.

¡Pues menos mal que no me iba a hablar de nada malo! Fruncí el ceño y me crucé de brazos. Si Padre se comportaba de esta forma nada más comenzar y sin dejarme hablar, ya sabía donde iba a acabar el asunto. Había esperado un poco más de comprensión por su parte.

-No me voy a casar con ella- dije malhumorado, mirando a un lado.

-Paddy…-debió darse cuenta de cómo me había estado hablando, porque su voz sonaba repentinamente suave- es una mujer muy guapa, y tiene un año menos que tú, está en una edad perfecta. Se rumorea también que es alguien de gran cultura y frecuenta a menudo el buen hábito de la lectura. Será una gran esposa- intentó, en vano, alentarme.

-Pero yo…-miré suplicante a ambos.

-Hijo- en esta ocasión la que hablaba era Madre. Para mi sorpresa, estaba casi al borde del llanto-. Sólo finge que la amas, no será tan difícil. Por favor…yo te quiero vivo…

-Si declaras abiertamente tus motivos para no querer casarte con Clarissa, sabes cual es el destino que te depara. Son las leyes de este reino, basado en la santa religión del Cristianismo- atajó Padre.

-… Lo pensaré- fue todo lo que pude decir. No podía seguir viendo llorar a Madre.

-No tienes mucho que pensar, sabes cuales son tus opciones- contestó fríamente Padre, levantándose de su silla- Tienes hasta la hora del almuerzo- salió del comedor con fuertes pasos.

Madre le siguió unos pocos segundos después, contemplándome con tristeza antes de pasar el umbral de la puerta.

-Mira que te advertí que practicaras la sonrisa, estúpido- protestó mi hermana al pasar por detrás de mí para repetir el camino que nuestros padres habían tomado.

Dejé pasar cinco minutos antes de levantarme yo también. Sabía lo que tenía que hacer. Sólo necesitaba unos minutos para relajarme y pensar bien antes de ponerme en marcha. No podía dejar que los sentimientos me dominaran en ese momento, sabía cual sería mi futuro sino me movía rápido.

Tenía bien escondido, por si todo fallaba, en mi baúl de juguetes viejos una larga cadena de servilletas que me había dedicado a atar con fuertes nudos entre ellas la pasada noche. Había cogido a hurtadillas las servilletas que se empleaba en ocasiones especiales y festivos en el castillo, para que no se notara hoy su ausencia, y así poder escapar por la ventana si no tenía otra opción. Si hubiera usado las toallas o las sábanas hubiera sido mucho más fácil de destaparse mi plan. Agradecí interiormente otra vez que los sirvientes tuvieran tanto miedo a cualquier represalia y no abrieran la boca al descubrir su pérdida.

Quería llorar, pero no era el momento para poder hacerlo, así que, conteniéndome las ganas y concienciándome de lo que iba a hacer a continuación, me levanté de mi silla, salí del comedor animadamente, saludando a cada empleado de servicio con el que me cruzaba, y me dirigí a la salida del castillo.

Los guardias hicieron una pequeña reverencia, pero no dijeron nada. Primera barrera superada.

Seguí como si nada, atravesando la plaza, dando algún que otro brinco como hacía de normal cuando salía en los días soleados, y canturreando algo improvisado, llegué a las puertas que daban a la muralla del castillo.

Los dos hombres que custodiaban la puerta se irguieron y me dieron sus buenos días al unísono.

-¡Buenos días!-saludé felizmente-Voy a aprovisionarme con algunos dulces, que la nueva cocinera los hace muy secos- reí unos segundos y los miré con complicidad- Será rápido…-dije a modo de ruego.

Uno de ellos me siguió en las risas.

-Adelante, su pequeña Majestad. Pero sea rápido, ya sabe, como siempre- dijo Frederick, el más simpático de los dos.

-¡Le traeré algo a usted también!- exclamé con una alegre carcajada mientras atravesaba la puerta.

Tanto rato atando servilletas para nada. Había estado casi seguro de que no iba a funcionar, ya que la cocinera que teníamos empleada ahora llevaba sirviéndonos ya diez años. Además, era la segunda vez en mi vida que había salido del castillo yo solo, y no había podido aguantarme la risa con eso de “Como siempre”. Qué hombre más divertido.

En cuanto los perdí de vista, eché a correr. Corrí como nunca antes lo había hecho, tan deprisa, que incluso me imaginé no siendo capaz de frenar a tiempo en alguna curva y estampándome contra alguna casa. Tuve suerte de que no me pasara al final, me llegué a quedar a unos escasos centímetros de una gruesa pared.

Tenía muy claro donde debía ir, y nadie ahora que había dejado atrás el castillo, me lo iba a impedir, aunque unos cuantos se me intentaron acercar, curiosos, porque al parecer me habían reconocido. ¿Por qué les asombraba tanto ver a un príncipe correr por la calle? ¡Como si nosotros no supiéramos hacerlo! ¡Correr era algo muy fácil, sólo había que caminar muy deprisa!

Tras una carrera llena de obstáculos (¡Muchísimos obstáculos, en su mayoría en forma de brazos y manos que querían tocarme y abrazarme!), por fin llegué al puerto.

Me alejé inmediatamente de la zona donde estaban anclados los navíos de la Armada. Si alguno de ellos me reconocía, estaba perdido.

De los restantes, sólo me quedaba mirar cual estaba apunto de zarpar y subirme, no tenía ninguna complicación. ¡Ya estaba todo lo más difícil hecho! Me sentí orgulloso de mí mismo, y caminando bien erguido e hinchando el pecho, me puse a inspeccionar los barcos.

De pronto, un agradable olor llegó a mi nariz. Mi estómago también pareció olerlo, porque sonó a modo de protesta. Los nervios de la mañana me habían impedido probar bocado en el desayuno.

Mi nariz rastreó la procedencia del rico aroma, hasta dar con una panadería que había a unos escasos metros de mí. Pan recién hecho… ¡Cuánto me apetecía! Calentito y recién salido del horno…

Se me hizo la boca agua cuando me acerqué a coger una barra. Le di un mordisco para saborearla. Estaba aun mejor de lo que pensaba. Su miga estaba tan jugosa…

Fui a darle las gracias por educación al panadero con una sonrisa, pero me encontré con una escena bastante extraña. Por alguna razón desconocida ¡el hombre me estaba mirando con furia!

-Señor, su…-empecé a decirle en agradecimiento por si acaso esperaba una mala crítica y por eso se había enfadado.

-¡Pequeño granuja!- empezó a chillarme con ira. Yo no entendía nada- ¿Qué te crees que estás haciendo? ¡Paga ahora…!

Un sable apareció a poca distancia del exaltado sujeto, callándolo inmediatamente.

-¡Arriba las manos!- exclamó alguien.

Se me cayó el pan al suelo del susto. Me quedé petrificado en el lugar contemplando la escena. ¿Qué iba a hacer con esa espada? Esto no parecía ser una clase como las que yo recibía…
Quien había dicho eso resultó ser alguien que tapaba todo el buen olor del recinto, ya ni me podía consolar con la atrayente fragancia del pan. Una larga melena oscura asomaba por encima de un abrigo marrón, o de un color parecido, no sabía cual sería en realidad, pues parecía no haberse lavado en años. Era una chica sucia y rara, porque en lugar de llevar el pañuelo en el cuello, lo llevaba atado al brazo. Su sombrero era gracioso, y sino fuera por su completa falta de limpieza, posiblemente me parecería bonito. Incluso llevaba la camisa por fuera del pantalón y el cinturón puesto de cualquier forma… definitivamente, no era una mujer a la que le gustara arreglarse.

Aunque no me veía con fuerzas para caminar, pude mover un brazo y taparme la nariz.

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Fin del capítulo uno. La historia va para largo XD normalmente escribimos un capítulo yo y otro la otra persona, así que el siguiente lo pondré en no mucho, pero no lo escribí yo u.u

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I AM GRUMPY.
16:47


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